Camila Loboguerrero, directora y pionera en un mundo de hombres

Fernando Camilo Garzón Gómez

Camila Loboguerrero fue la primera mujer colombiana en dirigir un largometraje de ficción y estrenarlo en salas. La directora, oriunda de Bogotá, se graduó de bellas artes en la Universidad de los Andes y viajó a Francia para hacer una licenciatura en Historia del arte. Mujer, madre y artista, Camila ha sido una mujer influyente en el cine de Colombia y también una de las más firmes defensoras de los derechos de los realizadores audiovisuales en nuestro país.

FOTO: Camila en su casa. Tomada por: Fernando Garzón

Camila Loboguerrero asegura que no estaba nerviosa en su primer día de rodaje como directora porque días antes de la grabación había dejado todo preparado. Su hijo mayor, Lucas, era todavía un bebé y sus juguetes de Fisher-Price le habían servido a su madre para planear todo. Cada puesta en escena ya había sido imaginada por Camila yentonces un personaje se paraba allí, la cámara iba aquí, la locación estaba lista y el Storyboard ya estaba dibujado, mejor dicho, no había ningún detalle librado al azar.

FOTO: Camila se graduó de Bellas Artes en la Universidad de los Andes. Cortesía de: Hernán Díaz

Eran los inicios de la década del setenta, Camila estaba recién llegada de París y venía del mundo de las Bellas Artes, pero no propiamente del cine. En ese entonces, en Colombia el cine se hacía, dice Camila, en la pobreza absolutay era un mundo de hombres. No había escuelas de cine, no había tradición cinematográfica y la mayoría de quienes habían hecho películas eran viejos que trabajaban en coproducciones con otros países. A ese mundo llegó la directora con su primer cortometraje.

La escena era en una casa republicana y la primera toma se iba a hacer en una La escena era en una casa republicana y la primera toma se iba a hacer en una alcoba que se ubicaba en el segundo piso. Cuando estaban preparando todos los detalles, el asistente de cámara subió cargando un trípode gigante y pesado como un burro con los que se grababa en aquellas épocas. Tan pronto el susodicho tuvo enfrente de sus ojos a la primípara, soltó el trípode de un tajo y con un tono burlón le preguntó: “¿Y dónde quiere el emplazamiento de Cámara Linita Wertmüller?”Ante la mofa no hubo duda y Camila, segura de su esquema y de sus planes, respondió con total seguridad señalando con el dedo hacia un punto específico: “¡Aquí!” Y entonces pusieron la cámara, se alistaron para hacer la toma y Camila se dio cuenta de que el encuadre era realmente malo, pero en sus pensamientos se dijo a sí misma: “Así me muera yo no cambio el emplazamiento. Si en el primero dudo, y cambio aquí, ya puedo dar por perdida toda mi autoridad”.

FOTO: Lina Wertmüller, directora y guionista italiana. Antes de hacer sus primeras películas fue la asistente de dirección de Federico Fellini. Tomada de: Getty images

Camila nunca dudó, siguió firme y así lo hizo toda su vida. Es una mujer preparada, de carácter, decidida y franca. Sentada en medio de la sala de su casa, que reconstruyó junto con su difunto esposo, el arquitecto Rafael Maldonado, en el barrio de La Macarena, rodeada de pinturas que le han regalado sus amigos, de casetes, discos, libros y una guitarra que su hijo, ya mayor, está aprendiendo a tocar, Camila habla sin tapujos del momento del cine colombiano y dice que el problema de las artes en Colombia es la falta de educación cultural, “y eso no es pintar patos Donald. Es enseñarles a los niños quiénes han sido los grandes pintores de nuestro país y cuáles han sido los directores que han narrado nuestra identidad”.

Su temperamento lo forjó criada entre hombres. Camila era la única mujer de los cuatro hijos que tuvieron sus padres. Ella estaba acostumbrada a moverse entre hombres, aunque dirigirlos sería distinto.

Los Loboguerrero (su padre, sus tíos y sus primos) eran una familia de ingenieros. El más descarrilado de la familia había sido geólogo. Cuando Camila dijo que iba a estudiar Bellas Artes pensaron que podía ser un ‘bello adorno para la niña’. Sin embargo, años más tarde cuando les dijo que iba hacer cine, su familia se asustó. “Esta niña se va a morir de hambre”, decían. Hacer cine en Colombia, y más en la década del setenta, era atarse al cuello una cadena de sufrimiento.

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Un amor inspirador

Por fortuna, Camila conoció al que fue el amor de su vida, Rafael Maldonado. Este bumangués, arquitecto de profesión, tenía un gusto especial por el arte. Era actor, había trabajado con títeres en Bucaramanga y fue muy cercano a los círculos artísticos de la época. Matías, el hijo menor de Camila, dice que su madre siempre ha defendido la idea de que la mujer es realmente independiente cuando puede garantizar su independencia económica. En ese sentido, Rafael le permitió a Camila tener la libertad financiera para poder vivir de la creatividad y de las cámaras.

“En la casa el que llevaba las riendas era mi papá ―recuerda Matías ― mejor dicho, para la concepción de lo que era la familia tradicional en esa época, mi papá era lo que llamaban ‘la señora de la casa’”. Lucas, el hijo mayor, recuerda algo parecido. “Mi mamá siempre estaba viajando, algo que no era tan sencillo para nosotros, y, por eso, mi papá siempre fue una figura más cercana”.

FOTO: Rafael Maldonado. Tomado de una foto familiar

Camila y Rafael se complementaban a la perfección. Ella dice que sin él no habría podido hacer todo lo que quiso hacer, y no porque ella no tuviera la determinación de hacerlo sino porque del cine, en esa época no vivía nadie (hoy en día no es muy diferente la situación). Pero, además, Rafael siempre fue un tipo alegre. Dicen que tenía un sentido del humor único y que siempre tuvo esa sensibilidad artística. De hecho, en la primera película que rodó Camila, Con su música a otra parte (1984), Rafael hizo la dirección de arte.

FOTO: Camila en uno de sus primeros rodajes. Cortesía de Hernán Díaz

Lograron crear un buen equipo y Rafael hizo un excelente trabajo, pero para ella no fue una experiencia del todo grata. Como siempre ocurre en cualquier rodaje, un día hubo problemas. Camila recuerda que una tarde no llegaban los elementos para componer la escena; las mesas, las sillas, la ropa, a lo que le llaman la escenografía, y se estaba armando el caos…

Camila había ido a la casa a almorzar y se encontró con semejante problema. Rafael, aireado, le hacía reclamos y le preguntaba: “¿Qué vamos a hacer?” Ella le contestó: “no sé, soluciónelo. Yo lo contraté a usted para hacer la dirección de arte, así que usted debe solucionarlo”, y se despidió sin más. Por supuesto, a Rafael ‘se le voló la piedra’, pero las cosas eran así, Camila era la directora, la jefa del rodaje y, en ese sentido, impartía órdenes y delegaba funciones. No fue sencillo para ellos porque finalmente su unión marital dificultaba ese orden jerárquico y por más bueno que fuera Rafael, Camila se prometió nunca más confundir esas relaciones entre pareja y trabajo.

Se casaron dos veces y fueron un matrimonio feliz, con los problemas normales de cualquier relación. Como no querían desposarse por la iglesia, también lo hicieron por lo civil. Sin embargo, hasta 1974, el matrimonio civil no era válido en Colombia, entonces les tocó hacer la ceremonia en Ecuador. Sin embargo, para que las nupcias fueran válidas, debían quedarse a vivir allí y eso no sucedió. Años más tarde, cuando incluso ya había nacido su primer hijo Matías, la unión marital por la vía civil fue aprobada en Colombia y la pareja se casó de nuevo.

Decidieron hacer una nueva ceremonia en la finca de un amigo ubicada en la Sabana de Bogotá. Camila recuerda que fue un evento pequeño con pocos invitados, todos hippies y cinéfilos. El tema de la fiesta debía ser como el de una película de Visconti. Se suponía que los invitados llevarían atuendos elegantes, tratando de emular la estética del director italiano, pero no contaban con que Fernando Jiménez, el encargado de la fiesta y mejor amigo de Rafael, se iba a confundir redactando la invitación y en vez de escribir “Visconti” colocó “Fellini”. La fiesta terminó siendo una mixtura entre los invitados elegantes que iban vestidos de Visconti y los que iban disfrazados de enanos, con ropa de circo o como prostitutas, emulando los personajes de las historias bizarras de Federico Fellini.

FOTO: Amigos de la pareja en el segundo Matrimonio de Camila y Rafael. De izquierda a derecha. Enrique Ogliastri, Rafael Maldonado, Camila Loboguerrero y Mario Acevedo. Imagen tomada del álbum familiar

Camila recuerda con nostalgia a su difunto esposo. Cuando habla del tema, no se siente cómoda y es evidente, como ella misma lo dice, que cuando Rafael se murió, ella perdió mucho más que un esposo: se le fue su cómplice, su amigo y confidente. En el lecho de su muerte y en el hospital donde pasó sus últimos días a causa de una repentina enfermedad, Rafael dijo que si salía vivo quería casarse por tercera vez, porque él era el único huevón que se casaría tres veces con la misma mujer.

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Los herederos de la Directora

Camila y Rafael construyeron una familia con dos hijos varones. Criados en medio de un mundo hippie y bohemio, Lucas y Matías terminaron inclinando sus vidas por el cine y el arte. De pequeño, Lucas recuerda muchas fiestas en las que participaban sus padres donde los invitados se disfrazaban y hacían distintos performances. Su mamá nunca se disfrazaba, pero se divertía como la que más. La imagen que tiene el hijo de Camila es la de ella riendo a carcajadas en medio de unas fiestas loquísimas donde, incluso, la gente terminaba semi empelota y muerta de la risa.

Lucas también recuerda que La Macarena, el barrio en el que crecieron con su hermano, posibilitó en gran medida que ellos se vieran influidos por el arte. Era una zona repleta de actores, pintores, cineastas y poetas, y los amigos con los que crecieron los hijos de la familia Maldonado-Loboguerrero eran en su mayoría ‘delfines’ de personas con reconocimiento en el mundo de las artes y las letras.

Cuando Lucas, por ejemplo, ya había crecido, se reunía con los amigos del barrio para hacer cortometrajes. Matías, por otro lado, rememora los tiempos en que, a los once años, con su grupo de amigos fundaron el periódico El Tigre, que luego se llamó El Castor y que finalmente tuvo el nombre de Contratiempo.

El cómplice de Matías era Julián Zalamea, su mejor amigo, hijo de Gustavo Zalamea, pintor y, en los años ochenta, diagramador del periódico (La Prensa/K) que tenía la oficina en La Macarena. Los intrépidos niños aprovechaban las noches del periódico, o los fines de semana que no había nadie, para colarse en la redacción y robar las fotos del archivo. Después, diseñaban las páginas, las ponían en la fotocopiadora y vendían a $500 pesos el periódico por todo el barrio y, sobre todo, en las exposiciones de Gustavo Zalamea.

FOTO: Matías en el rodaje de Con su música a otra parte. Cortesía de Gertjan Bartelsman

Desde pequeños, los niños Maldonado Loboguerrero tuvieron cercanía con el cine gracias a la mamá. De Matías hay una foto, de la que él siempre alardea, en la que está montado en la cámara con la que se estaba grabando Con su música a otra parte. Al crecer, Matías se fue a estudiar dramaturgia a Brasil. Allá, se convirtió en guionista y actor; cuando le preguntaron cuál era su cercanía con el arte, dijo que desde pequeño había mamado del cine y mostró la foto ya mencionada para dar validez a su relato. Con los años y la llegada del nuevo milenio, Matías terminó trabajando con su mamá y juntos escribieron la que ha sido, hasta ahora, la última película de Camila Loboguerrero, Nochebuena (2008), la cual es protagonizada por el propio Matías.

FOTO: Camila en el rodaje de María Cano. Cortesía de Vicky Ospina

De Lucas, cuando tenía aproximadamente trece años, hay una historia incluso más ligada al cine. Durante una semana, el niño fue el script de la película más famosa de Camila: María Cano (1990). Eso quiere decir que el niño fue el encargado de llevar el registro de las tomas grabadas y de que las secuencias, de todo el largometraje, fueran coherentes entre si.

En los días de rodaje la script estaba embarazada, tuvo una complicación y le tocó abandonar la grabación por una semana. Camila no lo podía creer y le reclamó: “que como podía dejar todo tirado así de la nada”, pero ella la calmó y le dijo que ella ya tenía entrenado a alguien para que la reemplazara: “¿Quién?” ―preguntó Camila― “Lucas” ―respondió la script―. “Un pelado, neuronas frescas”, recuerda Camila.

Lucas no olvida el ambiente festivo del set y a su madre feliz. “Para mí el set de rodaje es el mejor lugar del mundo porque la creatividad es infinita y eso es una cosa maravillosa, dice Camila. A pesar de que el ambiente era distensionado, sin estrés y con mucha fiesta después de grabar, Lucas recuerda que su madre se mantenía al margen de eso. Tiene la viva imagen de estar acostado en la cama una noche con su mamá hablando de la película mientras ella le decía que no sabía cómo terminarla.

“Era el único momento en que se permitía dudar, y lo hacía con ella misma, en su intimidad, pero nunca en el set de rodaje”. Es algo que Camila tiene claro: “A las mujeres, si dudamos, nos comen vivas”. En el set era mandona y era raro verla así, comenta Lucas; “Finalmente era mi mamá y uno no tenía conciencia de lo que significaba que ella fuera la que mandara a todos”.

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Pionera del cine colombiano, defensora del gremio y sabia comisionada

Lucas recuerda que la primera vez que dimensionó la importancia de su mamá fue cuando se la encontraron en el crucigrama del periódico. Cuando eran pequeños, tanto para Lucas como para Matías, era difícil entender la importancia de su madre en la historia del cine colombiano.

FOTO: Camila en el set de rodaje. Cortesía de Hernán Díaz

Camila Loboguerrero fue la primera mujer colombiana en dirigir un largometraje de ficción y estrenarlo en salas. Aunque muchos piensan que fue con María Cano, en realidad fue Con su música a otra parte, largometraje que reunió más de trescientos mil espectadores, una cifra no tan grande como otras de la época, pero que, para los números de hoy(dos mil o tres mil espectadores), parece una enormidad.

Además, Camila Loboguerrero ha sido una de las personas que más ha defendido los derechos de los realizadores audiovisuales. María Gamboa, directora de la película Mateo (2014) así lo reconoce: “Camila es una persona que sí que ha luchado mucho. Ella está en el centro de los sindicatos, sacó adelante la ley Pepe Sánchez, ha peleado porque se reconozca la labor de los guionistas y en ese sentido me parece que es una persona muy clara; la admiro y le agradezco porque me parece que esas luchas son claves para nosotros”.

Camila fue por mucho tiempo la única directora de ficción en Colombia y tuvieron que pasar más de veinte años para que llegara otra. Hoy en día se ha expandido tímidamente el espectro y ya hay más de diez directoras de ficción con películas estrenadas en nuestro país. Sin embargo, la brecha sigue siendo muy grande entre la cantidad de hombres y mujeres que dirigen. Para poner un ejemplo, de las 32 películas de ficción colombianas que se estrenaron en 2018, solo tres fueron dirigidas por directoras nacidas en Colombia, según datos suministrados por Proimágenes Colombia.

Para Libia Stella Gómez, directora de La historia del Baúl rosado (2005), el medio, en general, sí es un poco machista. Dice que jamás lo ha sentido en el set, pero que fuera de él, a veces piensa que a las mujeres les cuesta más que a los hombres. Mónica Borda, directora de La vida “era” en serio (2011) también piensa que la mujer tiene un problema que el hombre no tiene: es madre y tiene un reloj biológico. Según la directora, muchas veces las mujeres deben escoger entre el cine o la familia y esa es la razón por la que muchas directoras, no solo en Colombia sino en el mundo, tienen una filmografía tan corta.

Según Camila, el problema está en que muchas mujeres tienen miedo de tomar el mando porque temen perder su feminidad. “Por eso se ven muchas asistentes, muchas productoras y tan pocas directoras. Hay que perderle temor a eso de perder la feminidad. Vea yo, por ejemplo, pude dirigir y probar mi feminidad, hice películas y parí dos hijos. Eso yo ya lo demostré”, dice Camila.

FOTO: Camila en dirigiendo en María Cano. Cortesía del detrás de cámara de la película

Muchas directoras de cine en Colombia están agradecidas con Camila. Ella las ha inspirado y sobre todo les ha abierto un camino. Mónica Borda dice que el trabajo de Camila es muy valioso y que hay que seguir replicándolo, “Camila abrió un camino y luego Libia lo abrió un poco más y cada una de las que seguimos después hemos contribuido a expandir el espacio para las mujeres y las que vienen servirán de inspiración a las siguientes”, explica Mónica.

Para algunas de esas directoras, muchas veces Camila ha parecido un poco distante y cortante porque es una mujer seria. Es una persona que genera respeto, es una típica cachaca, con acento chirriado y que ustea todo el tiempo. Es centrada en sus convicciones y no teme decirle las cosas en la cara a las personas. “Cuando una está vieja ya no teme decirle nada a nadie”, dice Camila. Es una forma de ser que reafirma Matías: “mi mamá muchas veces también se ha ganado enemigos porque ella es muy franca con lo que dice y todo lo hace de frente. Pero, ella siempre ha sido así. Incluso conmigo”.

Una vez que Matías actuó para una comedia en televisión. Al finalizar la emisión del primer capítulo, llamó a Camila. “¿Y qué te pareció?” le preguntó Matías― “Pues bien, pero como chistorete” ―le respondió Camila ―¿Y yo, mamá?― y Camila le dijo ―“pues, como chistorete también”.

Hoy en día Camila está trabajando en ‘mil’ proyectos. Por un lado, ha tomado la vocería del grupo que está en pie de lucha por los derechos de autor de los realizadores audiovisuales y, por el otro, ha sido nombrada en la misión de sabios que empezó a trabajar desde febrero.

Sin embargo, también tiene dos películas en el tintero. Una es un documental que está rodando en España y en el que Lucas le ayudó con la cámara. Trata sobre un pueblo, prácticamente abandonado, en el cual únicamente viven ancianos.“Pasar una de toda una dinámica de rodaje, donde solo te tienes que concentrar en la creatividad a tener que hacer de todo, como cuando estaba iniciando, es muy duro. En este documental no me pude concentrar en hablar con la gente porque me tocaba hacer sonido y no quería que me quedara mal”, explica.

FOTO: La claqueta del proyecto que Camila intenta rodar. Tomado por Fernando Garzón

Y el otro proyecto de cine, es un guión que tiene con Matías llamado Saucio. Es un largometraje de ficción autobiográfico que narra la infancia de una niña de una familia liberal en medio de un pueblo laureanista. Sin embargo, ha sido imposible conseguir la financiación porque para Camila la producción de una película se volvió una ingeniería demasiado complicada”. Sin embargo, la motivación continúa.

Después de tantos años de actividad y ya septuagenaria, Camila se ve entera. Tiene muy claras sus ideas de qué se debe hacer para que el cine y la cultura en Colombia despeguen, y sin lugar a dudas es una de las mujeres más importantes en la historia del cine en el país.

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